UAS: números, responsabilidades y la llamada a la solidaridad.
Jacinto Robles Salazar.
A propósito de la profunda crisis que atraviesa la Universidad Autónoma de Sinaloa y de las voces enfrentadas que suenan dentro y fuera de la máxima casa de estudios, conviene empezar por lo que no admite discusión: los números. No son opiniones, son aritmética elemental y datos oficiales que, si se miran de frente, exigen decisiones y responsabilidad colectiva.
Según la información oficial manejada por las autoridades estatales y federales, el presupuesto que recibe la UAS (federal más estatal) ronda poco más de 7,800 millones de pesos anuales. En contraste, la nómina y las prestaciones contractuales del personal exceden los 9,500 millones de pesos. Esa simple diferencia ya apunta a un problema ineludible: la universidad gasta, al menos, 1,700 millones más de lo que ingresa vía presupuesto público. (Cálculo: 9,500 – 7,800 = 1,700 millones.)
A esto súmenle la idea de que los ingresos propios resolverán la brecha. La cuenta rápida lo desmiente. La cuota de inscripción por alumno este año fue de 2,500 pesos y la matrícula aproximada es de 170,000 estudiantes. Hagamos la multiplicación con claridad:
2,500 × 170,000 = (2,500 × 17) × 10,000 = 42,500 × 10,000 = 425,000,000 pesos.
Ahora bien, es importante precisar algo: no todos los estudiantes pagan la cuota completa. Hay exoneración por calificaciones, exoneración por ser hijo de trabajador, exoneración por ser atleta destacado o por pertenecer a casa estudiante, además de que la cifra de 170 mil incluye a quienes cursan programas de educación integral como idiomas, cultura o deportes, que pagan montos mucho menores. Aun así, para efectos de no dejar banderas falsas, se hizo la cuenta suponiendo que todos pagaran los 2,500. Y el resultado es el mismo: las cuentas simplemente no dan para resolver el problema financiero de la universidad.
Otro dato crítico: la “jubilación dinámica”, esa prestación que aparece en la cláusula 86.8 del contrato colectivo y que hoy representa alrededor de 2,400 millones de pesos al año tampoco encuentra un piso financiero porque la UAS no tiene un sistema de jubilaciones y pensiones estructurado y sostenible. Poner la cifra en perspectiva ayuda:
Los 2,400 millones que demanda la jubilación dinámica equivalen a casi 31% del paquete presupuestal de 7,800 millones. (Cálculo: 2,400 ÷ 7,800 ≈ 30.77%).
Y comparado con la recaudación por inscripciones (425 millones), la jubilación dinámica es casi 5.65 veces mayor. (Cálculo: 2,400 ÷ 425 ≈ 5.647.)
Con estas matemáticas sobre la mesa, la pregunta no es técnica: es ética y política. ¿Qué opción es responsable? ¿Seguir defendiendo esquemas que hipotecan el futuro institucional o construir mecanismos de solidaridad intergeneracional que aseguren jubilaciones dignas para todos?
En este contexto, la gestión del rector Jesús Madueña Molina merece reconocimiento por su apertura a la reingeniería y por proponer un mecanismo colectivo, un sistema basado en la voluntad y la aportación compartida para garantizar jubilaciones presentes y futuras. Similarmente, la convocatoria del SUNTUAS a la unidad de la comunidad universitaria no solo es pertinente: es indispensable.
Y aquí surge la contradicción que indigna: hay quienes, desde la comodidad del retiro, alzan la voz contra cualquier cambio. Jubilados que reciben ya varias fuentes de ingreso, IMSS, jubilación UAS, apoyo para adultos mayores y que llevan 5, 10, 20 o más años percibiendo pagos, se plantan como si el mundo no hubiera cambiado. Gritan, rompen vestiduras y exigen mantenimiento de privilegios sin ofrecer una alternativa viable que preserve la universidad. ¿Es eso solidaridad intergeneracional? ¿O es simplemente la defensa del propio beneficio a costa de la comunidad?
La universidad que queremos no cabe en ese esquema inercial. La UAS necesita medidas claras: fideicomiso transparente, reglas técnicas para la administración de pensiones, aportaciones solidarias y la participación de trabajadores, autoridades y la sociedad en una solución que no sea parche sino estructura. Es la única vía para que los de ayer, los de hoy y los de mañana tengan certeza.
A los jubilados que hoy se oponen desde un lugar cómodo, va un llamado urgente y franco: entren en razón, por el amor de la universidad. Sumarse al esfuerzo colectivo no es traicionar el pasado; es garantizar que el pasado tenga sentido porque el futuro podrá corresponderle. La UAS no puede permitirse chantajes ni posturas anquilosadas. Si verdaderamente aman a la institución, se sumarán con empatía y responsabilidad en lugar de quedarse anclados en la protesta estéril.
La solución exige voluntad y sacrificio compartido. Nadie pide renunciar a la dignidad de un retiro, pero tampoco es aceptable hipotecar la educación pública y el bienestar de miles por un mantenimiento de privilegios insostenibles. La reingeniería propuesta es incómoda, sí; pero necesaria. Quien lo entienda, estará defendiendo a la UAS. Quien se empeñe en obstaculizar, quedará, sencillamente, del lado equivocado de la historia.
