“Entre mentiras y Morrines: el teatro del “Cholo” Sergio Torres”

Fernanda Montes Romo.

En la bodega de maquinaria del Ayuntamiento de Culiacán, allá por la colonia 21 de marzo, se esconde un museo involuntario del fracaso político: treinta Morrines arrumbados, blancos, inertes, tristes. Figuras que alguna vez “simbolizaron los valores” de la campaña “Al 100 por Culiacán” y hoy solo representan una cosa: el olvido.

Sí, aquellos Morrines que invadieron las calles en 2016, nacidos del ingenio publicitario del entonces alcalde Sergio Torres Félix, el mismo que ahora se pasea por el Congreso del Estado bajo las siglas de Movimiento Ciudadano, como si la memoria colectiva tuviera Alzheimer político.

Lo que fue una campaña para “inculcar valores en los niños” terminó siendo una lección de lo que no se debe hacer con el dinero público: fabricar muñecos inútiles que no enseñaron ni civismo, ni respeto, ni mucho menos eficiencia gubernamental.

Hoy los Morrines y su creador comparten destino: ambos están empolvados, desarticulados y sin propósito. La diferencia es que los muñecos, al menos, guardan silencio.

El “Cholo” Torres, en cambio, se empeña en seguir haciendo ruido. Desde su curul naranja dispara declaraciones como si fueran pirotecnia vieja: muchas chispas, poco efecto y un olor insoportable a quemado político. En lugar de alzar la voz por los problemas reales de Sinaloa, los desplazados por la violencia, los productores agrícolas que toman casetas, los jóvenes sin oportunidades, prefiere dedicar su tiempo a una cruzada personal contra la Universidad Autónoma de Sinaloa y su rector, el doctor Jesús Madueña Molina.

Porque, claro, es más fácil atacar a la universidad que enfrentarse al campo en crisis, a la pobreza o a la inseguridad. Criticar al que trabaja da más likes que resolver lo que duele.

Lo irónico es que mientras lanza acusaciones de “lujos universitarios”, el diputado se pasea en una camioneta de 1 millón 764 mil pesos, que solo usa, según cuentan los pasillos legislativos, los martes y jueves, cuando decide honrar con su presencia el Congreso del Estado. En cambio, el rector, al que tanto señala, se mueve en una camioneta de poco más de 599 mil pesos, con la que recorre todo Sinaloa.

Las plataformas de transparencia ya desmintieron las “denuncias” de Torres. Pero el diputado no necesita pruebas: le basta con una conferencia de prensa, una cámara y su mejor pose de indignado para seguir vendiendo humo político.

Mientras tanto, los agricultores bloquean carreteras desesperados por apoyos federales y los sinaloenses se preguntan si sus representantes los recuerdan siquiera. Realidad: no. Al menos no este.

Quizá Sergio Torres debería visitar la bodega del Ayuntamiento y mirar de cerca a sus Morrines. Tal vez ahí, entre el polvo y el olvido, encuentre el reflejo de lo que se ha convertido su carrera política: una figura hueca, blanca, inmóvil, sin contenido y esperando a que alguien, por piedad o ironía, la lleve de nuevo al reciclaje.

Porque si algo está claro es que en la política sinaloense hay Morrines de plástico… y Morrines de carne y hueso.